La fe genuina y la tentación
Tema: La fe genuina y la tentación
“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; 14 sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.” Santiago 1:13-14
Introducción – Santiago, en el inicio de su carta (1:1-12), les recordó a los creyentes que Dios usa las pruebas para madurar el carácter de sus hijos. Estas pruebas no tienen el fin de destruirnos o descarriarnos, por el contrario, fortalecen nuestra fe y dirigen nuestra mirada hacia Dios. En las pruebas, la genuinidad de nuestra fe es comprobada y demostramos a quién realmente servimos (Mateo 13:18-23). Por eso, nuestra actitud hacia las pruebas debe ser totalmente opuesta a la actitud del mundo. Al enfrentar las pruebas debemos: gozarnos en lo que han de producir en nuestra vida (Santiago 1:2,3), pedir sabiduría para comprender y obedecer la voluntad de Dios (1:5), depender y regocijarnos totalmente en Dios y no en nuestros recursos, sea pobreza o riqueza (1:9-11), soportar y anticipar la bendiciones futuras que Dios nos ha prometido (1:12). En la porción que comenzaremos a estudiar hoy (Santiago 1:13-18), Santiago nos muestra el contraste entre la prueba y la tentación. Además nos enseña cuál es el origen de las tentaciones.
1.Nadie diga – Una de las consecuencias más nefastas del pecado es que siempre busca trasladar la responsabilidad de la falla a otros. Este problema no es nuevo y lo vemos plasmado desde la caída del hombre. Al pecar, Adán y Eva trataron de hacer a otro responsable de su acción. Responsabilizaron a Dios por su pecado: Adán acusó directamente, pero Eva lo hizo indirectamente (Génesis 3:11-13). Santiago quiere que sus lectores entiendan que Dios trae o permite las pruebas, pero nunca es el autor de la tentación. La expresión utilizada por Santiago, “no diga” o “nadie diga”, da a entender que este era un problema que la Iglesia estaba enfrentando. Debemos cuidarnos de no cometer este craso error y acusar a Dios de ser el autor de nuestras fallas. Cuando acusamos, directa o indirectamente, a Dios por nuestros errores, estamos implicando que Él desea que fallemos. El apóstol Pablo nos muestra en 1 Corintios 10:13 que la fidelidad de Dios se muestra en que nunca nos dará más de lo que podamos resistir. La respuesta de Santiago hacia quienes responsabilizan a Dios por su pecado es contundente: “Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta a nadie”.
2.Dios no puede ser tentado por el mal, ni tienta a nadie – Esta expresión lo que quiere denotar es que Dios no es susceptible al pecado. Dios es impecable. En otras palabras, Dios no puede pecar. En la naturaleza divina no se produce ni se origina ningún tipo de deseo hacia el pecado. Esta premisa se basa en uno de los atributos de Dios: su santidad. Cuando Dios se lo reveló a Isaías (Isaías 6:3), le mostró su Santidad y es esa misma santidad la que nos llevará a comprender que Dios nunca es el responsable de nuestras fallas. Un Dios absolutamente Santo no puede ser tentado a hacer lo que es contrario a su naturaleza. De la misma manera en que Dios no puede ser tentado, tampoco puede tentarnos. Vaughan en su comentario sobre Santiago expresa: “La misma perfección que imposibilita que Dios sea tentado también imposibilita que Dios tiente a alguien.” Dios nunca someterá a sus hijos a una situación donde se vean obligados a pecar (1 Corintios 10:12-14). Algunos, erróneamente, en este punto dirigen su atención a Mateo 4:1 al 11 y expresan dos argumentos. El primero es para negar la deidad de Cristo, diciendo que si era Dios no podía haber sido tentado. Segundo, alegan que la Escritura se contradice. Ante estas acusaciones podemos responder de varias maneras. La primera manera es explicando el término griego “peirasmos” y lo que éste implica; esto lo haremos en breve. Segundo debemos entender que Jesucristo era completamente hombre y completamente Dios. Jesús no fue tentado como Dios, pero sí fue tentado en la esfera de su humanidad. Como Dios, Jesús no podía pecar, pero en su naturaleza humana podía ser tentado. La pregunta que nos resta contestar es, ¿quién es el responsable de la tentación?
3.El responsable de las tentaciones – El culpable o responsable de las tentaciones es el propio corazón humano. En su comentario sobre Santiago, Douglas J. Moo declara: “junto a la prueba siempre vendrá la tentación, pero esa tentación no proviene de Dios, proviene de nuestro corazón”. Pablo, en su carta a los Romanos, expresa la realidad de nuestro corrompido corazón y cómo nos conduce hacia el pecado (Romanos 7:12-25). Pedro nos exhorta a cuidarnos de los deseos carnales que nos conducen al pecado (1 Pedro 2:11). El origen de esos deseos es nuestro corazón. Aunque la tendencia es a responsabilizar a otros por el pecado, la Biblia nos muestra que los responsables de la tentación somos nosotros. Solo cuando comprendemos esta verdad, podremos aferrarnos a Dios y entender que separados de Él nada podemos hacer. La esperanza del creyente estriba en que Dios no solo ha vencido la tentación sino también al tentador (Romanos 8:35-39, Colosenses 2:13-15).
4.¿Prueba o tentación? – Si estudiamos con detenimiento este pasaje, nos daríamos cuenta que la palabra “tentación” y la palabra “prueba” es la misma palabra en el original griego. Aunque es la misma palabra griega, “peirasmos”, Santiago está hablando de dos conceptos distintos. Esta palabra puede tener dos connotaciones, una negativa y otra positiva. En el verso 12, “peirasmos” tiene una connotación positiva, por eso es traducida como “prueba”, pero en los versos 13 y 14 su connotación es negativa y se traduce como “tentación”. La diferencia está en como nosotros respondemos. La dificultad financiera, una prueba para fortalecer nuestra fe, puede tentarnos a cuestionar la provisión de Dios. Somos nosotros lo que convertimos las pruebas en tentaciones cuando cedemos a nuestra carne y no descansamos en Dios y su Palabra. Por eso es que la Biblia nos enseña que Dios probó a Abraham (Génesis 22:1-5), también nos muestra que Dios probó a Israel (Éxodo 16:4,16-20). ¿Cuál fue el resultado de ambas pruebas? La prueba de Abraham fortaleció su fe. Sin embargo la prueba al pueblo de Israel mostró su falta de fe. Una respuesta correcta ante la prueba produce perseverancia, sabiduría, rectitud y vida. Una respuesta incorrecta produce pecado y muerte (Santiago 1:15). “No muerdas la carnada” es lo que Santiago nos quiere enseñar; no seas atraído y seducido, en medio de las pruebas, a accionar conforme a tus pasiones y no conforme a la Palabra de Dios. Recuerda que Dios prueba a sus siervos para fortalecer su fe. Sin embargo, Él nunca los inducirá a pecar. La fe genuina responde a la tentación de una manera distinta, en vez de abrazar sus deseos pecaminosos, huye de ellos y corre hacia Cristo, porque entiende que el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad (2 Corintios 12:9).